Pasadas las navidades, llegan también los mensajes reiterativos sobre cómo mantener la dieta, cómo cuidar nuestra alimentación si tenemos el colesterol alto o numerosas recomendaciones sobre qué conviene hacer y qué no. Pues bien, nuestra alimentación, si bien es un punto clave, no es el único factor que puede afectar a las personas con problemas de colesterol.
Como sabemos, el colesterol es una sustancia necesaria para la vida, encargada de producir hormonas, vitaminas y constituir células sanas en nuestro organismo. Hablamos de colesterol perjudicial cuando nos referimos al tipo de colesterol LPD, el cual puede llegar a acumularse en las paredes de las arterias ocasionando graves problemas de salud.
En este sentido, todas las personas que no sigan hábitos de vida saludables son susceptibles de desarrollar altos niveles de colesterol. No obstante, no debemos de confundir esto con la denominada hipercolesterolemia genética. Una enfermedad hereditaria originada por un defecto en el cromosoma 19 que hace que ese colesterol LPD no sea correctamente degradado, es decir, que no se elimine ese colesterol “malo” en la sangre.
Las consecuencias del estrés
Y nos preguntaremos, ¿cómo afecta el estrés en todo esto? Si bien el impacto del estrés en el colesterol es menos conocido, éste no debe desdeñarse. Nos referimos al estrés crónico, es decir, un estado mantenido de nervios o ansiedad, y no tanto a episodios puntuales de estrés.
Este estrés crónico puede aumentar nuestro colesterol de dos formas. En primer lugar, el grave impacto que tiene este estado de ánimo en nuestra vida da lugar a un cambio de hábitos. Cuando nos sentimos nerviosos, podemos aumentar nuestro consumo de alimentos no saludables, dejamos de hacer deporte y nuestro estilo de vida se vuelve más sedentario. En segundo lugar, el estrés también estimula hormonas como el cortisol y la adrenalina, debido al estado de tensión en el que nos encontramos. A su vez, esto libera otro tipo de sustancias que aumentan los niveles de colesterol malo en el largo plazo.
El estrés en nuestro día a día
Así, como vemos, el estrés está muy presente en nuestra conversación del día a día pero en realidad sabemos muy poco sobre las consecuencias reales, físicas y mentales, que genera este estado en nuestro organismo. Desde insomnio, estreñimiento, aumento de peso hasta el impacto en nuestro sistema cardiovascular, debido al aumento de la presión arterial.
Por ello, es muy importante aprender a reconocer y diferenciar cuándo vivimos una situación concreta que nos genera estrés y cuando llevamos mucho tiempo manteniendo un alto nivel de nervios y ansiedad. Esto puede ser debido a circunstancias cotidianas como nuestro trabajo, preocupaciones económicas o relaciones de pareja. Ahora, con la llegada del verano, también podemos vivir episodios de estrés que alteren nuestro estado de ánimo, desde la acumulación de carga laboral antes de dejar la oficina hasta la planificación de las vacaciones con nuestros hijos o nuestra pareja.
Para reducir el estrés diario y evitar que se convierta en una sensación persistente, podemos seguir algunas recomendaciones cómo: cuidar nuestra alimentación; realizar ejercicio físico; buscar técnicas de planificación que nos ayuden a llevar rutinas más ordenadas; practicar ejercicios de relajación o meditación; controlar mucho el tiempo que pasamos conectados a los dispositivos móviles o buscar apoyo y distracción en nuestros familiares y amigos cercanos.
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