Este jueves 9 de febrero se cumplen 200 años del natalicio de Ulises Francisco Espaillat, eminente republicano y civilista, quien fuera presidente de la República Dominicana en 1876.
Nació en Santiago de los Caballeros en 1823, fue maestro, boticario, periodista, escritor, munícipe distinguido, legislador, dominaba los idiomas inglés y francés, , secretario de Estado, vicepresidente de la República en armas durante la guerra restauradora y, finalmente, Presidente Constitucional, desde el 29 de abril hasta el 5 de octubre de 1876.
Hombre de acrisoladas virtudes cívicas, sustentadas en incuestionables principios éticos y morales, Espaillat fue además un consagrado ciudadano que supo honrar y defender el legado liberal e independentista de Duarte y los trinitarios.
Se opuso a la anexión a España decretada por Santana, y luchó junto a José María Cabral y Gregorio Luperón en la guerra de Restauración (1861-1865). Su aportación, tanto económica como intelectual, fue determinante para el triunfo de la recuperación de la independencia y la plena restauración de la República en 1866.
Durante su efímera gestión gubernativa quiso poner en práctica el primer experimento democrático dominicano del siglo XIX, centrado en la necesidad de rescatar al país del caos político, social y económico en que se hallaba inmerso después de haber superado dos guerras de liberación nacional.
Un aspecto fundamental de su programa de gobierno consistió en organizar las instituciones públicas, sanear la maltrecha economía nacional, mediante un estricto régimen de austeridad, al tiempo de fomentar el sistema educativo nacional, ya que consideraba la educación como “una de las más imperiosas necesidades de la vida moral de los pueblos”.
Quiso ensayar un gobierno flexible, de amplia participación popular y de política conciliatoria, propiciando la unidad nacional entre todas las formaciones políticas. Pero las circunstancias no favorecieron tan sublime aspiración y sus adversarios, más proclives a satisfacer sus intereses particulares, no tardaron en levantarse en armas para derrocar su administración.
Espaillat, sin embargo, se adelantó a esos propósitos antipatrióticos que atentaban contra la estabilidad del gobierno, prefiriendo renunciar a la presidencia antes que prestarse a fomentar la discordia y desunión entre los dominicanos.
En uno de sus últimos mensajes dirigidos a sus conciudadanos, Espaillat manifestó que “al dejar un puesto donde no tuve tiempo para ver realizadas algunas de las muchas y legítimas aspiraciones de esta sociedad, deseo con toda sinceridad que el ciudadano que deba reemplazarme logre el fin que yo no pude alcanzar”.
Al decir del maestro Hostos, Espaillat fue “el hombre más digno del ejercicio del Poder que ha tenido la República”. En efecto, sus ideas políticas fueron tan avanzadas para su época que según el general Gregorio Luperón debían convertirse en “el catecismo político del pueblo dominicano”. Al verlo sacrificarse, como Duarte, para evitar convertirse en manzana de la discordia, Manuel de Jesús Galván lo llamó “el presidente mártir”.
Desde el 29 de abril, al 5 de octubre de 1876. Su gobierno patriótico, honesto, progresista y democrático fue derrocado por una asonada militar, expresión de la intolerancia y anarquía de las diferentes capas de la pequeña burguesía, encabezada por Ignacio María González .
Cuando descendió del solio presidencial, con la serenidad y dignidad de un prócer sin máculas, en su mensaje de despedida al Congreso, Espaillat se expresó de esta suerte: “Yo creí de buena fe que lo que más aquejaba a la sociedad de mi país era la sed de justicia, y desde mi advenimiento al Poder procuré ir apagando esa sed eminentemente moral y regeneradora. Pero otra sed aún más terrible la devora: la sed de oro”.
Espaillata es considerado uno de los políticos más honestos por los historiadores, tomando en cuenta el momento en que le correspondió gobernar. Momento en el cual existía poca vigilancia de la utilización de los recursos públicos. Es por esto que en República Dominicana celebrada el Día Nacional de la Ética Ciudadana según lo establecido en el Decreto No. 252-05, dejando un valioso legado de rectitud y honadez a los servidores públicos y a la ciudadanía en general.
Es un verdadero símbolo de pureza en el ejercicio político y en el profundo sentido ético de la administración pública, además de ser una figura que históricamente es admirada y reconocida como soñador de una sociedad mejor.